LOS MANGAS DE ANDRES


Hoy: K
Este es un manga bancado por el Fondo del Bicentenario, que habla sobre la Asignación Universal por Hijo y… Nah, mentira. K es un experto alpinista, un japonés harto de los japoneses que un día trató de escalar el monte K2 y no lo logró, pero se quedó a vivir en el Tibet, en una de las aldeas desde donde suelen partir las distintas expediciones que intentan desafiar a los colosos del Himalaya. Este libro reúne cinco historias de K, escritas por Shiro Tosaki y dibujadas por el maestro, el genio, el ídolo, el grosso entre los grossos, Jiro Taniguchi.
Es un material tirando a viejito, de 1993, posterior a El Caminante pero anterior a los trabajos más importantes de Taniguchi, los que lo convirtieron en uno de los historietistas más prestigiosos del planeta. Acá Taniguchi está con todas las pilas, totalmente cómodo en la temática que más le gusta, que es la del alpinismo, y siempre dispuesto a maravillarnos con sus majestuosos paisajes, su eximio dominio de la anatomía, las expresiones faciales, la acción, los silencios y los climas… fríos. En las historias de K hace tanto frío, y los autores lo transmiten tan bien, que hay que leerlas con sueter, campera y gorro de lana.
Cada uno de los episodios enfrenta a K con alguna de las grandes montañas del Himalaya (los ochomiles, llamadas así por tener más de 8.000 metros de alto) y lo somete a las más extremas condiciones. Frío de 170 grados bajo cero, precipicios de cientos de metros, vientos huracanados de 160 kilómetros por hora… K se la aguanta contra todo, incluso sin comer, sin dormir, con un cadáver a cuestas o un balazo en una pierna. Pero ¿es un humano, o un dios? A lo largo del libro, muchos personajes se lo preguntan, y Tosaki incluso ayuda a sembrar la duda entre los lectores. Pero no. K es un ser humano normal, sin ningún tipo de superpoderes. El tipo sabe lo que hace, conoce las montañas como la palma de su mano, tiene una cuota de suerte importante y unos huevos tamaño Galactus. Lamentablemente, los guiones de Tosaki no hurgan demasiado en las motivaciones de K. ¿Qué lo lleva a jugarse la vida para rescatar a gente que ni conoce? Está claro que no es el dinero, que hay alguna obsesión más profunda, pero el guionista decide no explorarla. Se juega, en cambio, a la tensión que siente el lector al ver (o en realidad, vivir) los peligros a los que se expone este animalito, a la emoción que siente (sentimos) cada vez que alcanza su objetivo, y la verdad es que todo eso te electriza, te conmueve y hasta te hace sufrir de tan fuerte que te golpea. Pero faltan esos cinco pal peso, que sería indagar un poco más en los motivos de K para arriesgar tanto, tantas veces.
Parte de esa fuerza con la que nos impactan estas historias se explica con la labor de Taniguchi. Pocos dibujantes en la historia del medio reflejan como él la relación (en realidad, el contraste) entre el ser humano y la naturaleza. Taniguchi, al igual que Tosaki, conoce a la perfección el mundo del alpinismo, o sea que dibuja con precisión milimétrica todo el particular equipamiento de los escaladores de alta montaña. También se esfuerza para darle rasgos distintos a los personajes, de modo que los japoneses, los europeos y los nativos del Tibet se puedan identificar de inmediato, a través de las sutiles pinceladas del dibujante. Y ni hablar de la puesta en página, siempre cambiante, para acentuar la tensión, la quietud, la violencia o la desesperación que propone el guión en los distintos momentos de cada relato.
Con los años, Taniguchi volvería varias veces a tocar el tema de los montes del Himalaya, tanto en historias cortas como en una de sus obras más extensas, La Cumbre de los Dioses (escrita por Baku Yumemakura). Incluso la maravillosa The Quest for the Missing Girl tiene como protagonista a un tipo (Shiga) que un día se pudrió de Japón y de los japoneses y se fue a vivir a un refugio en las montañas. Pero el romance entre el ídolo y el manga de alpinistas (subgénero en el cual es el máximo referente, a años luz del que va segundo) empieza en K. No es un romance tórrido, porque en la alta montaña hace un frío de cagarse. Pero sí uno sumamente fructífero para los que nos gusta leer mangas de temáticas atípicas y dibujados como la Hiper-Concha de Dios.

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