LOS MANGAS DE ANDRES


Hoy: MAZINGER Z Vol.1
Nos vamos a un trip bizarro a los ´70, para encontrarnos con un ícono de la infancia de los que fuimos niños en aquella década: nada menos que Mazinger Z, el hiper-robot que alegrara tantas tardes de tele en blanco y negro con Nesquik y vainillas. En aquel entonces, no teníamos la menor idea de que ese dibujo animado era en realidad una adaptación de una historieta creada por Go Nagai. Apenas nos dábamos cuenta de que se trataba de un dibujo animado ponja por los nombres de los personajes, la constante mención a la geografía nipona y no mucho más. Lo que nos seducía, creo yo, era el formato serial, esa acumulación de aventuras muy parecidas entre sí, pero que llevaban una especie de dirección. Y obviamente, el tema de que el protagonista fuera un pibe. Que un chico cinco o seis años mayor que uno pudiera manejar a semejante robot y salvar al mundo tenía mucha más onda que ver las proezas de los héroes adultos.
Pero, malas noticias, de la nostalgia no se vive demasiado. Hoy me senté a leer el primer tomo de Mazinger Z, escrito y dibujado por Go Nagai, y se me cayó a pedazos cualquier cariño que le pueda haber profesado alguna vez. Nagai es un dibujante… ¿cómo decirlo sin que nadie se ofenda?... muy limitado. Eso, muy limitado. Está bien, estamos hablando de un tipo que en los ´70 llegó a entregar cinco mangas por semana. Obviamente hechos en equipo, en el estudio que él dirigía, pero siguen siendo 80 páginas por semana. O sea que parte de las limitaciones se explican con el dato de que Nagai sacaba las páginas con fritas, mal. Igual eso no explica, por ejemplo, los errores de anatomía, ni las pocas pilas para variar los ángulos de los enfoques.
Y hay cosas que son chocantes, pero que por ahí Nagai las hacía a propósito, como extremar el grotesco. Ves al abuelo de Koji y es un tipo horrible, desfigurado, pesadillesco. Los villanos (de los cuales en este tomo sólo aparecen el Barón Ashura y el Dr. Hell) son más bizarros que los de Dick Tracy y Batman juntos. Hasta el último personaje tercerón que aparece está deformado, como si Nagai no se decidiera a dejar los mangas humorísticos (con los que triunfó a fines de los ´60) para abocarse de lleno a la temática superheroica. El efecto máscara (ese truco tan japonés de dibujar los fondos y objetos en un estilo mucho más realista que el de los personajes) es algo que uno tiene ya incorporado de tanto leer manga (y álbumes de Tintín), pero Nagai se esfuerza para que hasta eso haga ruido e incomode. Y las chicas no sólo son todas iguales a Sayaka… además son feas! Muy loco, si pensamos que Nagai fue discípulo de Shotaro Ishinomori, que dibujaba chicas lindísimas.
Lo bueno es cuando esa impronta caótica, grotesca y desaforada se traslada a la narrativa en las escenas de acción. Ahí aparece un Nagai que –limitado y todo- tiene poco que envidiarle a los buenos dibujantes de superhéroes de los ´70. Las batallas entre héroes y villanos mecánicos son lo mejor que tiene el tomo, sin duda. Porque en las escenas restantes, el tono grotesco del dibujo de Nagai desentona con lo que nos está tratando de contar, que ya de por sí no es algo demasiado original: el pibe común, canchero e impulsivo, en vez de superpoderes, recibe un robot con superpoderes, y como es buen pibe, lo usa para defender a su país de un montón de villanos que –curiosamente- empiezan sus ataques 15 minutos después de que el héroe hace su primera aparición. O sea que si leíste mucho comic de superhéroes de los ´60 y ´70, no hay mucho que te vaya a resultar novedoso. Por ahí hay algún hallazgo en los personajes secundarios, especialmente en el Inspector Ankokuji, que tiene más onda y más carisma que el protagonista, pero el resto no llama tanto la atención y a Shiro, el hermanito de Koji, lo querés ver muerto cuando van menos de 20 páginas.
No va a ser esta la primera ni la última vez que, al revisitar a los íconos de nuestra infancia, nos encontremos con historias que hacen agua por varios lados y con dibujos muy por debajo de la media (y si no me creés, tratá de ver un par de episodios de Los Autos Locos), pero no sé si eso mina o no el status legendario del que goza Mazinger Z entre los fans de varias generaciones. Por ahí en los tomos posteriores, Nagai se pone más las pilas y este festival del grotesco, la grandilocuencia y la destrucción se hace un poco más fácil de digerir. Yo llego hasta acá, nomás.

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