LOS MANGAS DE ANDRES


Hoy: RELATOS DE UN CARBONERO
El carbón bincho se caracteriza por su gran potencia calorífica, no produce llamas y genera poca ceniza. Se fabrica básicamente de modo artesanal, en pequeñas carboneras situadas en los montes de la Prefectura de Wakayama, donde crece un roble especialmente idóneo para la fabricación del carbón, llamado ubame. Durante la segunda mitad del Siglo XX, su uso y su producción disminuyeron considerablemente, pero aún hoy subsisten unos cuantos carboneros que producen carbón bincho a partir de los robles ubame.
Todo esto (y mucho más) no lo aprendí mirando un documental del Discovery Channel (los que me conocen saben que prácticamente no miro tele), sino leyendo Relatos de un Carbonero, un manga de Shigeyasu Takeno que adapta el libro homónimo de Toshikatsu Ue. Relatos… es un manga raro, en ese sentido: en el que parece más un documental que una historia con principio, desarrollo y fin. A lo largo de sus casi 250 páginas, nos describe minuciosamente todo el proceso de fabricación del carbón, desde la obtención de la madera, a la construcción de la carbonera y el traslado de las balas de carbón a las plazas donde se comercializa. También hace hincapié en la durísima y sacrificada vida del carbonero, que soporta un ritmo de trabajo bestial, y encima virtualmente aislado del mundo, en un monte boscoso, mínimamente resguardado de las temperaturas extremas, las tormentas y los animales salvajes. Pero –repito- esto no está narrado, sino descripto, en largas secuencias donde el dibujo acompaña a modo de ilustración lo que nos explican los textos.
Y sí, hay un personaje principal (el carbonero del título), que es el mismísimo Toshikatsu Ue, y sí, vive algunas peripecias en el monte, del tipo “Vi una cabra y me pareció que ella también me miraba”, o “Fuimos a cazar jabalíes y apenas cazamos un cachorrito”, o “Crucé todo el bosque de noche para avisarle a mi padre que mi tío había muerto, pero mi padre ya lo sabía”. O sea, la típica intrascendencia del comic autobiográfico, pero en una ambientación más exótica y –por ende- mucho más interesante. De todos modos, Toshikatsu tarda en convertirse en un personaje querible o carismático. Uno lo acompaña más que nada porque nos fascina lo que nos cuenta, no su personalidad. Pobre pibe, está primero en la lista del INCUCAI para recibir un transplante de onda…
Esto de la descripción cuasi documental y la anti-aventura, sumado al tema de la contemplación eglógica de la fauna y la flora, y la relación del hombre con maravillosos pero inhóspitos parajes, nos recuerda enseguida a Jiro Taniguchi y sus mangas de alpinistas. El tempo narrativo de Relatos… va muy para ese lado, aunque –obvio- Takeno no dibuja tan bien como Taniguchi. Pero haber leído mucho a este último fue lo que me dio la gimnasia, el training para engancharme con Relatos…
Como ya dije varias veces, el trabajo de Takeno consiste más en ilustrar que en narrar, pero hay algunas secuencias de acción (la cacería del jabato, por ejemplo) donde sale más que airoso. Como Taniguchi, se esfuerza de modo casi desmesurado por reflejar hasta el más mínimo detalle de la majestuosa fauna y flora que rodean al carbonero, con un realismo fotográfico de gran belleza plástica. Un realismo que sólo se rompe cuando Toshikatsu nos enumera a las criaturas fantásticas que –según las leyendas- habitan los montes boscosos. Ahí Takeno deja de ser el Taniguchi del Nacional B para parecerse a su ídolo, el grandioso e incomparable Yoshiharu Tsuge, el mejor dibujante de criaturas fantásticas de la historia del manga.
Como las grandes historietas que Takeno leía en la revista Garo (meca sacrosanta del gekiga y el manga vanguardista en general), Relatos de un Carbonero es un manga atípico, hecho de climas, de matices, de silencios y de saberes. Takeno realizó esta, su ópera prima, a los cincuentaipico de años, o sea que es lógico que la misma no se parezca en lo más mínimo a los mangas de machaca para adolescentes que venden fortunas. Lo cual hace más valioso el hecho de que se haya publicado, no sólo en Japón, sino también en España, donde todavía hay lectores que se resisten a consumir sólo los Greatest Hits o el Más de lo Mismo.

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