LOS MANGAS DE ANDRES
Hoy: WHAT A WONDERFUL WORLD Vol.2
Antes de que decrezca el tsunami de cebamiento generado por la reseña del primer tomo (fina ironía), me zambullo en el segundo tomo de esta increíble colección de historias cortas del imparable Inio Asano.
No quiero ser reiterativo y volver a ponderar el dibujo, ni volver a subrayar cómo acá aparecen muchas de las puntas que después Asano retoma en su obra maestra, Solanin. Pero seguro esas son las dos primeras cosas que me vienen a la mente al leer este tomo.
También la forma en que, en una sóla de las historietas, Asano se mete con el realismo mágico (o en realidad con los shinigamis), en un comic con una sutileza y una belleza que haría morir de envidia al mismísimo Neil Gaiman. En todas las demás historias, la realidad le gana a la magia por goleada. Todas giran en torno a problemas tan reales como los que podemos tener cualquiera de nosotros.
Entre todas las secuencias que propone este segundo tomo (algunas hilvanadas por sitios que se repiten, o por un perro vagabundo que interactúa con personajes de distintas historias), las tres que más me pegaron vienen una atrás de otra: Sandcastle habla lo fugaz que puede ser la amistad entre chicas de la primaria cuando pasan a la secundaria y la sociedad les empieza a exigir que careteen cada vez más. Good Night nos cuenta la exasperante historia del coordinador de una revista porno de la B Metropolitana, presionado al límite por las fechas de entrega y su responsabilidad para con su mujer y su hijita. The Moon & Fish Cakes narra el emotivo contrapunto entre dos hermanos cocineros que se reencuentran luego de 30 años distanciados, y no precisamente para hacer las paces, sino para pasarse facturas muy heavies. Ninguna de las tres historias tiene un final feliz, pero son las tres gemas más brillantes del libro.
La de los cocineros es, además, la única secuencia protagonizada por gente mayor. El resto, como es costumbre en la obra de Asano, va para el lado de los Jóvenes a la Deriva, ese subgénero del slice of life que tanto aparece en el cine argentino. Otro rasgo interesante es que Asano empieza a definir sus propios tics narrativos. El más evidente es el uso de viñetas horizontales que van de punta a punta de la página (tipo widescreen). Las usa casi siempre para mostrar detalles (manos, ojos, zapatillas), pero también para planos más generales. Y el otro truco es el de agrupar los pensamientos de los personajes en viñetas con fondo negro y letras blancas, intercaladas con las viñetas dibujadas. La introspección, entonces, no se “ve” en bloques de texto clavados dentro de las viñetas convencionales, sino que aparece en viñetas aparte, en las que sólo hay texto.
Y empiezo a leer otro mensaje en los comics de Asano, además de lo de jugarse por los sueños. Me parece que también nos trata de decir que la vida es más soportable si no te la tomás a la tremenda. ¿Perdiste un año de tu vida sin laburar ni estudiar? Y bueno, es sólo eso: un año. ¿Sabés todos los años que van a venir después de ese?. ¿Tu novia te pateó a la mierda? Y bueno, era una novia, no más. Ya vendrán otras. ¿Tu jefe te tiene las bolas al plato? Mandalo a freir churros, ya vas a conseguir otro laburo mejor. Timbeá, y si perdés, no es tan grave. Los que realmente te quieren van a estar ahí para bancarte.
Una vez más, What a Wonderful World! nos invita a meternos en un mundo de sensaciones. Desde el obvio placer que produce ver más de 200 páginas dibujadas como los fuckin´dioses, hasta la identificación con los personajes (“Wow, esta pendeja se manda las mismas cagadas que mi hermana!”), hasta emociones más profundas que tienen que ver con la nostalgia, el amor, la compasión, el compromiso, los huevos para defender las convicciones, las ganas de que te den una segunda oportunidad… Todo eso late en estos maravillosos mangas de Inio Asano, cuya edición yanki (a cargo de Viz) es realmente excelente. ¿No es fácil de conseguir? No importa, vale cualquier esfuerzo que hagas por obtenerla. Incluso sumergirte en una catacumba de narcoterroristas peruanos que esconden los comics en un rincón herrumbroso junto al Santo Grial, el pibe que tiró la bengala y las manos de Perón.
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